Prolongar la restricción de cruzar la frontera con México para viajes no esenciales perdió el sentido sanitario.
CIUDAD DE MÉXICO, México — “Si no hay ventas, no nos pagan”, dice Carolina Hernández, vendedora de la agencia de autos usados Cars on Credit, ubicada en el número 160 de San Ysidro Boulevard, en San Diego, California. Las ventas han caído 80 por ciento desde el 8 de marzo del año pasado, cuando el gobierno estadounidense prohibió el cruce fronterizo a turistas y para viajes no esenciales desde México, como una medida para detener la propagación de COVID-19.
“De vender hasta 30 autos al mes, ahora difícilmente llegamos a 10”, dice Hernández, de origen mexicano. Para sobrevivir, la agencia despidió a cinco de sus 10 empleados.
Diariamente puede cruzar desde México quien acredite su estatus como empleado, estudiante, participante en asuntos de negocios y residentes americanos, pero no pueden hacerlo visitantes, familiares y turistas que alimentan el comercio de las ciudades fronterizas de Estados Unidos. Paradójicamente, las mismas personas que no pueden cruzar vía terrestre pueden hacerlo vía aérea, por lo que los entrevistados coinciden en que, después de pasar los picos de contagio, la medida perdió sentido.
Esta restricción se ha prolongado mes con mes y ahora está vigente hasta el 21 de julio, cuando se revaluará.
“La discriminación arbitraria [en el cruce] entre los tipos de visa no tiene un efecto racional en el control de la pandemia, cuando cien mil personas por día continúan cruzando la frontera entre California y Baja California”, señala un comunicado, difundido en mayo por la Cámara de Comercio de San Ysidro, que pugna por la reapertura de la frontera ante la muerte de decenas de negocios.
Según la Cámara y otros expertos, la decisión del cierre dejó de tener lógica sanitaria conforme se han reducido los contagios y aplicado las vacunas contra COVID, y es discriminatoria para turistas y comerciantes mexicanos que sostienen buena parte de la economía de El Paso, Texas, y San Diego, California.
“Ha sido más bien una decisión administrativa, en lugar de coordinarse [el lado mexicano y estadounidense] como regiones transfronterizas que tienen una zona común muy dinámica, con otro tipo de protocolos para no generar el desastre económico que generaron”, dice la investigadora Rosío Barajas, directora de Estudios Sociales del Colegio de la Frontera Norte.
Las medidas fueron asimétricas, pues aunque inicialmente en las ciudades mexicanas fronterizas los negocios cerraron los primeros tres meses, México no cerró el tránsito a su territorio y permitió que del lado estadounidense turistas y visitantes entraran sin mayor restricción hacia las ciudades, para visitas familiares o médicas o para alguna actividad no esencial.
“En un afán del gobierno federal como local, de no romper tan drásticamente el espíritu económico, permitieron el ingreso, pero no hubo un protocolo común”, dice Barajas.
La innegable cercanía
Tijuana–San Diego y Ciudad Juárez–El Paso constituyen dos de las fronteras más dinámicas entre México y Estados Unidos. De hecho, son considerados los cruces fronterizos más transitados del mundo, por lo que los efectos de la restricción en la movilidad fueron una consecuencia natural.
La intensa dinámica transfronteriza es un hecho evidenciado por los millones de cruces anuales. Las cifras también muestran la afectación en la movilidad de los viajeros.
En 2019, los cruces peatonales de México a Estados Unidos, a través de los dos puertos de entrada que unen a Tijuana con el condado de San Ysidro —San Ysidro y Otay Mesa — fue de 14.3 millones de personas, y a El Paso a través de Ciudad Juárez, de 7.6 millones; la caída un año después fue a 7 millones en el primer caso y a 3 millones en el segundo, según cifras del Bureau of Transportation Statistics.
El cruce de pasajeros por vehículos particulares es aún más intenso. En 2019, por San Ysidro y Otay Mesa entraron 37.7 millones de personas, y por El Paso, 18.7 millones. En 2020, cruzaron en el primer caso 14 millones, y a la ciudad texana, 8.7 millones de personas.
Los mexicanos van de compras, a estudiar y a trabajar a esas ciudades fronterizas del país vecino, y los estadounidenses, a buscar servicios de salud y diversión del lado mexicano. A tan solo cinco minutos del puerto fronterizo pueden estar en un restaurante.
Los menores costos de la vivienda hacen que jubilados norteamericanos vivan en las ciudades mexicanas para mejorar el rendimiento de sus pensiones sin alejarse de su país, dice Barajas. Ellos tuvieron libre movilidad, contrario a la población radicada en México o con visa de turista que cruza para comprar alimentos, ropa o electrodomésticos, o para esparcimiento en las ciudades fronterizas de Estados Unidos.
“Cruzar la frontera entre Estados Unidos y México con fines educativos se considera una actividad esencial. Cuando nos enteramos de que un estudiante tiene dificultades para cruzar la frontera, podemos trabajar con los funcionarios de inmigración [de Estados Unidos] para resolver rápidamente la situación”, dice Víctor Arreola, vocero de la Universidad de Texas en El Paso, que recibe a un buen número de estudiantes que diariamente cruzan la frontera desde México.
Mal de unos, ventaja para otros
Los viajeros no fueron los únicos afectados. “El comercio local en los condados de San Diego y El Paso sufrieron los efectos de este cierre temporal, particularmente porque tienen como consumidores potenciales a esta población transfronteriza”, según el estudio “Las movilidades transfronterizas y el COVID-19”, de El Colegio de la Frontera Norte.
Según la Cámara de Comercio de San Ysidro, 197 negocios cerraron de marzo de 2020 a marzo de 2021, debido a las restricciones fronterizas, lo cual significó una pérdida de 70 por ciento de sus ventas y de mil 900 trabajos, una tercera parte de los que había antes de la pandemia.
Pero las personas que ya no pudieron cruzar la frontera para hacer sus compras como lo hacían cotidianamente se quedaron en Tijuana o Ciudad Juárez, ciudades que tuvieron un efecto positivo en el consumo.
“Los consumidores que se van a comprar a Estados Unidos se quedaron aquí. Ha sido la oportunidad del comerciante mexicano de cautivar al consumidor que acostumbraba cruzar”, dice Jorge Macías, presidente de la Cámara Nacional de Comercio, Servicios y Turismo de Tijuana, que reúne a mil 500 negocios.
Una situación similar vive el puerto de Ensenada, también en el estado de Baja California. Aunque muchos turistas que lo visitan del centro de México o del extranjero aprovechan pasar al lado estadounidense y por ahora no pueden hacerlo, el destino se ha enfocado en atraer a más turistas regionales y nacionales.
“A partir de julio de 2020, paulatinamente fuimos reactivando las operaciones, y ahorita estamos en plena etapa de recuperación económica del sector turístico”, dice Amador Arteaga, director de Proturismo Ensenada, una oficina municipal que promueve el destino.
Según el funcionario, los hoteles ya casi alcanzan el mismo nivel de ocupación que antes de la pandemia.
Sin embargo, aunque hay beneficios, ambos entrevistados coinciden en que el tránsito fronterizo debe volver a la normalidad. “Las economías están demasiado vinculadas; si les va mal a las ciudades de Estados Unidos, nos afecta porque son también consumidores en México”, dice Mejía.
Pero quizá las cosas ya nunca regresen a ser como antes, como sucedió después del 11 de septiembre de 2001. “Se espera que vayan a cambiar las reglas, y que se quede una tendencia a un mayor control”, dice Barajas.
Fuente: ZENGER
(Editado por Melanie Slone y LuzMarina Rojas-Carhuas)
Edición de Julio