Al asumir el trono como emperador de Bizancio, inteligentemente Justiniano se rodeó de un grupo de servidores leales que, como él, tenían el firme propósito de reorganizar el imperio, (renovatio imperii).
La intención de Justiniano era crear un imperio fuerte, su política interior la conformaban tres objetivos: reformar la administración para que funcionara de la forma más justa y eficaz; fortalecer la economía mediante la apertura de nuevas rutas comerciales y apoyar a los comerciantes; y, por último, la unidad religiosa de la Iglesia que se encontraba dividida.
Como sistema político, mantuvo la estructura de una monarquía absoluta sustentada en un ceremonial palaciego que propagaba y simbolizaba el origen trascendente de su poder. Justiniano en persona coordinaba la corte, la administración civil y el ejército. El instrumento de poder que se encargó de imponer la voluntad imperial hasta el último rincón del Imperio fue una administración sumamente organizada, que se fundamentaba en los principios de la centralización, la separación estricta entre poder civil y militar, la burocracia profesional y el control general.
El funcionamiento del aparato burocrático estaba fuertemente reglamentado, con una estructura jerarquizada y una distribución precisa de las funciones. Los territorios de Justiniano estaban divididos en cuatro grandes departamentos centrales, de los que dependían las prefecturas, las diócesis y las provincias. El sistema buscaba evitar la excesiva concentración de poder en manos de un individuo y asegurar que todo se encontrase bajo el control absoluto del emperador. La reforma se produjo a partir del año 535; lo primero que se buscaba era abolir la corrupción entre los funcionarios, que hasta aquel momento había constituido uno de los principales problemas de la administración bizantina. (fuente www.mcnbiografias.com
Amable lector: como usted y yo sabemos, el propósito es la intención o el ánimo de hacer o dejar de hacer algo, pero también, es sinónimo del término adrede, que señala una acción deliberada, generalmente perjudicial o molesta para alguien.
El caso es que cada vez que iniciamos un nuevo año, una etapa, un proyecto, un trabajo, nos llenamos de esa luz interior que invade nuestro pensamiento y que anida en nuestro corazón un cúmulo de propósitos por alcanzar, que van desde iniciar una dieta, ahorrar para comprar una casa, realizar un viaje, adquirir un auto, etc. Para simples mortales como usted y como yo, estos podrían ser propósitos comunes, pero sería bueno, a propósito de propósitos, preguntar a la clase política cuales son los suyos.
Cuando Justiniano se convierte en emperador, llevaba un objetivo bien trazado, su propósito era realizar una reingeniería que le permitiera construir un imperio fuerte, basado en una administración de justicia única, una política económica enérgica, una política de edificación de grandes monumentos y la existencia de una sola religión, ¿y que creen? Lo logró ¡¿saben porque? Porque sabía en donde estaba el problema, lo había estudiado y planeo una estrategia para el cambio.
Aquí y ahora no se ve nada, no se vislumbra en el horizonte ningún propósito y por lógica ningún cambio. Lo que aquí está, pues ya está, ni como cambiarlo, por eso, será importantísimo conocer el propósito de los futuros gobernantes en las próximas elecciones y no me refiero a sus promesas de campaña, esas no cuentan, me refiero a su plan de trabajo; sin programa no hay candidato, o como bien lo diría Don Jesús Reyes Heroles aquel 23 de septiembre de 1975, cuando dejo helados a más de cuatro al pronunciar su celebre frase, “primero el programa y después el hombre”.