EL PESO DE LAS COSAS
El fantasma de la crisis se asoma. La palabra recesión comienza a escucharse con más frecuencia en voz de economistas, comentaristas y a verse en más titulares de la prensa. El “vamos requetebién” que suele pronunciar López Obrador al referirse al rumbo de la economía empieza a sonar más a un deseo que a una realidad, mientras los datos confirman que la actividad económica del país camina a un paso más lento.
En la mente de quienes vivimos la crisis del 95, y años después la del 2008, es inevitable que afloren los recuerdos. Vinieron a mi memoria los casos de personas que entrevisté en 2011, en medio de las secuelas de la crisis, que no podían pagar sus tarjetas de crédito. Algunas tenían hasta ocho plásticos con saldos que superaban hasta por 10 su salario, unos reestructuraron sus deudas con el banco, otros simplemente desaparecieron de sus domicilios.
La cartera vencida era reflejo del sobreendeudamiento de la población en medio de una caída en sus ingresos producto del desempleo.
Cuando los pronósticos dejan de ser solo cifras, los ciudadanos de a pie comenzamos a palparlo en nuestros bolsillos y más que los indicadores económicos, nuestra realidad cotidiana es el recordatorio de que las cosas no van bien. Como ciudadanos, por ejemplo, empezamos a notar un aumento en la inseguridad y el desempleo empieza a llegar a nosotros o a personas de nuestros círculos cercanos.
¿Pero hay visos de una crisis o bien no hay sustento en lo que escuchamos acerca de ello? Jonathan Heath, subgobernador del Banco de México, explicó en la presentación del último informe trimestral del organismo, que la caída de dos trimestres consecutivos del PIB define una recesión pero debe incluirse a los mercados laborales. Por lo pronto en el primer trimestre del año la tasa de desocupación subió a 3.5%, respecto al 3.2% registrado en el mismo periodo de 2018.
Lo que es un hecho es que hay señales de que la economía está perdiendo fuerza – según INEGI, el crecimiento del PIB de los primeros tres meses del año, respecto a 2018, fue apenas de 0.1%, el más bajo desde el último trimestre de 2009. Pero eso era de alguna manera esperado por ser el primer año de una nueva administración. Lo que preocupa es que conforme pasan los meses lejos de que las condiciones mejoren se suman ingredientes para un coctel explosivo y que perpetúan el círculo vicioso de incertidumbre, menos inversión, más desempleo, menos consumo.
Entre los ingredientes están Donald Tump que se convirtió en una bomba de tiempo y que aunque, por lo pronto, perdona a México del aumento de aranceles a los productos que su país importa, es una amenaza latente, pues si en algún momento cumple su castigo, las consecuencias para la economía mexicana serían desastrosas, dicen los expertos; se suma la baja en la calificación soberana de México y de Pemex, con las consecuencias que pudiera tener en el aumento del costo financiero de la deuda para México; y el recrudecimiento la inseguridad, ante la cual no parece haber estrategias y que es otro elemento que genera incertidumbre para la inversión.
La tendencia en algunos sectores de la economía era de por sí a la baja. La actividad industrial acumula ya varios meses en terreno negativo, por la caída en el sector de la construcción, de extracción de petróleo y gas, y de la manufactura, y según el economista, José Luis de la Cruz, ya está en recesión con siete meses de caídas consecutivas.
“La tendencia a la baja se mantiene porque la falta de inversión y el desempleo está generando la destrucción de la capacidad productiva”, dice el economista.
Aunque fue bien visto que este gobierno hiciera un recorte al gasto público para mantener finanzas públicas sanas, después de que en el sexenio de Peña Nieto creciera sin justificación ese renglón y el de la deuda pública, el problema, dice el experto, es que se hizo a costa de la inversión pública. Aunado a ello el gasto que sí se aprobó en el presupuesto federal sufre de retrasos en su ejecución: en los primeros cuatro meses se observa un subejercicio que superan los inicios de anteriores administraciones.
“Sin inversión no hay crecimiento”, dice De la Cruz, así de simple, pues es el motor del empleo y de la productividad. Pero ésta ha venido a la baja desde agosto del año pasado y pronunció su caída con los ajustes de austeridad de este gobierno. En marzo, la inversión cayó 6% respecto al mismo mes del año pasado, tanto la pública como la privada.
El desempleo y el empleo con bajos salarios propician el deterioro del poder adquisitivo de la población y por ende el consumo. Un menor consumo también impacta la recaudación de impuestos y los ingresos públicos, lo cual complica a su vez el gasto, generando un círculo pernicioso y peligroso.
Por ello, los expertos urgen a este gobierno a que agilice el inicio de los megaproyectos que anunció, para así revertir la tendencia de debilitamiento económico. Pero los recursos federales no terminan por llegar a las obras públicas. Según BBVA Bancomer, tan solo el proyecto de la refinería de Dos Bocas y el remozamiento de las refinerías y centrales eléctricas existente ayudaría a que la industria de la construcción, en franco declive, crezca 2% este año.
Si la tendencia de desaceleración no se revierte, el riesgo es el de una recesión, dice De la Cruz, y lejos de un fantasma podría ser una realidad.
Por lo pronto, la situación actual de las cosas sí amerita a que las familias hagan una revisión de sus finanzas, ajustar sus gastos, aumentar el ahorro y reducir las deudas, sobre todo aquellas que pudieran contraerse a tasas variables, porque la perspectiva de éstas últimas es a la alza.