Esta costumbre tiene su origen en la superstición.
El vestir de negro se remonta a tiempos inmemorables cuya causa era el camuflaje, ya que los entierros generalmente eran de noche y se pensaba que el alma del difunto estaría por los alrededores buscando un cuerpo para volver a la vida.
Vistiendo de negro, los deudos se mimetizaban con la oscuridad de la noche y así se aseguraban que el alma no encontrara cobijo en sus cuerpos.
El temor a ser poseídos por los espíritus de los difuntos hacía que en diferentes tribus se pintaran los cuerpos de negro para ser invisibles a las almas de los difuntos. En las etnias africanas, el color elegido era el blanco en contraposición a la tez oscura de los habitantes, escogiendo cenizas blancas para ocultarse.
Fue hasta finales del siglo XV, en 1497, que los Reyes Católicos proclamaron la ley “Pragmática de luto y cera” para decretar el negro como color oficial para el luto, costumbre que conservamos hasta nuestros días.